10 noviembre 2008

Iguazú

De Buenos Aires, dimos un salto a Iguazú con Pedro y Marina. Puede verse perfectamente en un trasnochón. Se llega allí a mediodía y se visita el lado brasileño y, al día siguiente por la mañana, se hace el lado argentino y se regresa por la tarde a Bs. As.

Había bastante agua. Aquello es de una grandiosidad espectacular, naturaleza en todo su esplendor. Cuando contemplo parajes de este estilo, siempre dedico un recuerdo a Dios padre, por hacer tanta belleza. El orden del mundo es, para mí, el argumento racional que más convence acerca de la existencia de Dios, aunque de poco sirve creer sólo en un Dios creador. Lo que importa es saber qué tiene ese Dios que ver con mi vida, y eso no lo da la razón. El Dios personal, el que salva, el que acompaña y al que se puede rezar, el que verdaderamente importa, ése sólo se conoce por la fe. Que es en definitiva un encuentro, una respuesta a una llamada. Pero a lo que iba, después del recuerdo agradecido al Hacedor, la mayoría de las veces me quedo más bien frío ante paisajes deslumbrantes. Eso me pasó en la parte brasileña, oficialmente la más bonita. Un torrente espectacular, un ruido de agua tremendo, y un cale hasta los huesos. Media horita de hala, qué bonito, y poco más.

Sin embargo, al día siguiente, la parte argentina, mucho más extensa, sí que resultó emotiva. Primeramente porque, al ser más larga, tiene uno tiempo para pasear y ver la flora y la fauna locales (plantas de todas las formas y especies, pájaros, reptiles, gusanos de Indiana Jones, todo a lo bestia). Además, las cataratas van apareciendo y desapareciendo entre la frondosidad de la selva y uno puede contemplar diversas perspectivas. Pero lo que verdaderamente resulta emocionante, con el tiempo y el paseo, es recordar a Alvar Núñez Cabeza de Vaca, y pensar cómo es posible que llegase aquí “a pelo”, sin aviones, sin carreteras ni coches, sin medicinas. Cómo salieron de España en una cáscara de nuez (no hay más que ver la réplica de la Santa María en el puerto de… vaya, ahora no recuerdo dónde), cómo trajeron la fe a tierra desconocida y cómo, a golpe de machete, dominaron la selva y se encontraron con esta fuerza de la naturaleza, menos meritoria que su hazaña. Decididamente eran de otra pasta.

Al Hacedor el agüita ésta le quedó mona, pero nada como Adán y familia.

3 comentarios:

Ángel Ruiz dijo...

A mí también la naturaleza me dice menos que la persona (que por lo demás es también naturaleza), aunque debe de ser muy bonito ver las cataratas. Me acaba de venir a la cabeza lo que le alegraba a santa Teresa ver agua.
Y va saliendo muy buena la serie.

Jesús Beades dijo...

Estupenda evocación, sobre todo lo de Cabeza de Vaca. Pero, Dal, ¡mira que decir que "le quedó mona"...! Qué mosqueo se agarraría Chesterton si te oyera.

Dal dijo...

Gracias, Ángel.

Gracias Jesús. Sí, la verdad es que me he pasado un poco, pero seguro que sabes lo que quiero decir.