02 marzo 2008

40 (I)

A los cuarenta años Djuna Barnes,
harta de todo tipo
de excesos, se encerró
en su pequeño apartamento y nunca
más se movió de allí durante otras
cuatro décadas.
A los cuarenta años Marco Polo
volvió de su aventura por Oriente.
Le quedaba anotar
pacientemente tantos exotismos:
todas las maravillas en un libro.
A los cuarenta años Elio Adriano
después de sus estudios
de latín y de griego
y de haber recorrido
etapa por etapa
la formación completa de un romano,
consideró que estaba preparado
ya para gobernar.

J.A. González-Iglesias

40 (II)

¿Y yo qué?

Desde luego, crisis ninguna. Por la mañana trataba de quitarle importancia y la misma Carmen me recordaba la respuesta de Borges cuando, con ocasión del fallecimiento de su madre a los 99 años, alguien se lamentó de que la longeva mujer no hubiera llegado a los 100. "Exagera usted las virtudes del sistema métrico decimal" le espetó el genio quien, pese a estar deshecho, era incapaz de desaprovechar una oportunidad para la ironía (poco después compondría en su dolor Heráclito, uno de sus más bellos poemas). Así pues, lo primero que me dije es que dan igual 40 que 39 ó que 41. Pero no. No es necesario ser cabalístico, milenarista o esotérico para saber que los números redondos tienen una evocación especial. Ahí está, sin ir más lejos, el gran jubileo del año 2000 que promovió (San) Juan Pablo II, con sus magníficas Tertio millennio adveniente y Novo millennio ineunte. Duc in altum!.

Con cuarenta años cumplidos ya sabe uno ciertas cosas. La primera, que no hay más cera que la que arde: no voy a dejar ni grandes, ni tan siquiera modestas contribuciones para la posteridad. Obviamente no en el campo de las artes, para las que soy negado, ya me gustaría. Pero tampoco en el mundo del Derecho, para el que hace algunos lustros quizás apuntaba maneras. Ahora me dedico con pasión a la abogacía pura, que ayuda a solucionar problemas, es intelectualmente estimulante y, no nos engañemos, sirve para llevar los garbanzos a casa. Pero la investigación jurídica cada día me aburre más. Quizás termine preparando la cátedra y saque un par de trabajitos más, pero no creo que vaya a ir mucho más allá. Si vuelvo al estudio serio, será de filosofía y, Dios lo quiera, de teología. Eso sí que me tira.

Lo segundo que sé, mucho más importante que lo anterior, es percibir con claridad la presencia casi tangible de la providencia amorosa de Dios en mi vida durante estos cuarenta años. Primero, por haberme hecho nacer en una familia estupenda. Después, por haber puesto en mi vida a Carmen, cuya bondad nos hace a todos los que estamos a su alrededor mejores que nosotros mismos. Y, ya juntos, por haber encontrado a Cristo en nuestro camino, quien nos ha bendecido con seis hijos maravillosos. Decía Guardini que el cristianismo es la religión más materialista que existe, puesto que predica la locura de un Dios encarnado. No es de extrañar por tanto que ese mismo Dios se nos muestre también encarnadamente en otros. En nuestro caso, en personas buenas, cercanas y cordiales, a través del Movimiento Regnum Christi, nuestro lugar en la Iglesia. En gratitud por ello tengo que vivir la vida en clave de misión, con toda modestia, pero con la consciencia del privilegio del don que me ha sido dado, y que no me ha sido dado para mí ni para mi solaz, sino para darlo a otros, a mis prójimos próximos. Contemplata aliis tradere.

Finalmente, la tercera cosa que me viene este día a la cabeza es que me lo paso pipa, que es una manera de decir sin rubor que soy muy feliz. Desde luego, por la cercanía de Dios, de mi familia y de mis amigos. Pero también por esos momentos insustituibles de soledad, con un buen libro o escuchando buena música. Una vez más parafraseando a JLB, que otros se jacten de lo que les ha sido dado escribir o componer, yo me jacto de lo que me ha sido dado leer y escuchar.

Así pues, también encarnadamente, en Carmen, en nuestra familia y en nuestros amigos, doy gracias por estas cuatro décadas al buen Dios, Señor de la Historia y Señor de mi historia.

40 (III)

V.T.R.

Madrid, 2 de Marzo de 2008

Muy querido Dal:

A mí personalmente una de las cosas que me más me llama la atención en la vida de Cristo es la brevedad de su estancia entre los hombres, aproximadamente treinta y tres años, y además gran parte de su vida transcurrió en el silencio y en la oscuridad, pues apenas sabemos nada de ella. Y precisamente de ahí me surge la pregunta sobre qué sentido tiene la vida, cuando el mismo Dios quiso que la suya fuera tan corta. La verdad es que resulta difícil comprenderlo, pero se intuye sin embargo que la vida humana para Dios viene a ser simplemente un pequeño tiempo del que disponemos para hacer una gran opción dado que ha querido poner en manos de nuestra libertad elegirle a Él o rechazarle.

Por ello, al enviarte esta cordial felicitación con ocasión de tu cumpleaños (no importa los años que cumplas) quisiera invitarte en primer lugar a dar gracias a Dios por el don de la vida, porque eres un privilegiado, entre tantos seres posibles, gracias al amor que Dios te tiene y te ofrece; y en segundo lugar a vivir esta vida apasionadamente disfrutando sanamente de todo lo que el mismo Dios te ha puesto a tu servicio para hacerla más confortable y feliz.

Leí hace muchos años un hermoso libro cuyo título era: “La vida merece vivirse”. Parece un título repetitivo y, sin embargo, no es así porque muchos son vividos por la vida. Apenas tienen tiempo para pensar, reflexionar, cambiar, mejorar, rectificar, ponerse metas interesantes. Son vividos por la prisa, el trabajo, las preocupaciones, el estrés, el materialismo, que engendran pesimismo, ira, tensión, frustración. No. La vida hay que vivirla, y uno es realmente el protagonista de la propia vida. Es cada uno el que debe ponerse metas a cumplir: es uno el que debe tener un proyecto de la propia vida que abarque todo (Dios, familia, salud, trabajo, prójimo); es uno el que debe saber contemplar el entorno para no encerrarse en sí mismo y comprender toda la capacidad que tiene de hacer el bien a tantas personas necesitadas espiritual y materialmente.

En esta línea un nuevo cumpleaños que nos conduce irremisiblemente a la realidad de que ya hemos transcurrido al menos una parte de nuestra vida se convierte en una hermosa posibilidad de querer vivir una existencia más plena en torno a tres polos fundamentales: Dios, sin el cual no somos ni podemos nada; los demás que se han convertido en una de las claves de nuestra felicidad (“hay mayor felicidad en dar que en recibir”) y entre ellos en primer lugar nuestra familia, nuestro hogar, nuestro matrimonio para quienes estáis casados; y finalmente nosotros mismos, pero no en sentido egoísta, sino en la línea de un auténtico amor a nuestro verdadero bien que se fragua en el crecimiento personal y espiritual, en el desarrollo de nuestros talentos y en el cuidado de nuestro cuerpo, compañero inseparable del alma en esta vida y ayuda imprescindible de ella.

Te tendré muy presente en la Celebración Eucarística del día de tu cumpleaños y le pediré al Señor que te regale aquella sabiduría que le pedía el rey Salomón a Dios como base y fundamento de todos los bienes de esta vida: sabiduría para saber vivir.

Un fuerte abrazo,

Juan J. Ferrán F., L.C.